Hablo poco de emprendimiento.

Aunque sea mi forma de vivir. 

No suelo dar recetas porque, cuando empecé este emocionante camino, me comí las que me dieron y acabé liándola parda. 

En los últimos diez años he hecho muchas cosas bien y otras mal. 

He tenido algunas ideas que han funcionado y otras miles que se han quedado por el camino por falta de todo tipo de recursos. Sobre todo, buena planificación y equipo ejecutor. 

El primer curso de maquillaje online de España fue mío. 

A nadie se le ocurrió antes. Porque no miraban más allá de sus brochas. 

La primera macropaella llena de señoras con cascos de espartanas y labios rojos, también. Porque nací loca y moriré loca. Y, ahora, ya no lo escondo. 

He contratado a personas y las he despedido. No he sabido liderar ni dirigir y algunos colaboradores (muchos) me han timado.
 

 Además, han intentado robarme la base de datos. 

Tengo mucho que decir sobre lo de trabajar con humanos. 

Lo más valioso que he construido es una comunidad pequeña y enorme.

Tras un cambio radical de sector, sigo manteniéndola. 

Es una especie de milagro.

Basado en la constancia, el esfuerzo y en que, verdaderamente, me importan algunos seres humanos.

He currado como una perra hasta caer en un burn out.

He tomado decisiones nefastas que me han llevado a la quiebra. 

Pocas cosas consiguen que deje de pensar en trabajo, porque amo lo que hago y lo que hago forma parte de lo que soy. 

He disfrutado como una salvaje.

El lunes es mi día favorito de la semana.

Hace muchos años, cuando vivía en una habitación con moqueta sucia en Londres, facturé 14.000 euros en pijama. En un día. 

Después, agoté las plazas de una gira de cursos presenciales por España. 

13 ciudades. 

Vivía en hoteles y mis pertenencias cabían en la famosa maleta negra. 

Yo solita montaba, impartía el taller, desmontaba y limpiaba. 

A veces lloraba de cansancio en la habitación. 

A veces, lloraba por la soledad que implicaba. 

A veces lloraba porque amaba lo que hacía. 

5000 personas compraron mi curso online en menos de un mes. 

Lo grabé yo. Lo edité yo. Lo vendí yo. 

He llegado al famoso millón facturado. 

Aunque eso no debería despistarnos, porque la facturación no es igual al beneficio. Y Hacienda se ha llevado la mitad. 

En medio de todo esto, hice un cambio radical de sector. 

Del eyeliner a los valores. 

De la superficie, al interior. 

Solté, salté y confié. 

Y funcionó. 

20.000 ejemplares de libros vendidos. 

Más de 3000 personas han trabajado su autoconocimiento conmigo.

Me ha dado miedo cobrar mucho, cobrar poco y cobrar, en general. 

No he invertido ni un mísero euro en publicidad. 

Mucha gente ha facturado mucha pasta a mi costa y no he visto ni un duro.

Ahora, ni buena, ni tonta. Sino justa. Si tú ganas, yo quiero ganar. 

Mi mejor inversión ha sido la terapia. 

El ROI más alto que puedas imaginar.

Me apasiona analizar la marca personal, aunque no he estudiado al respecto. 

Se me da bien, me sale de forma natural. 

Me emociona ver como hay personas que emprenden desde el juego, el amor, el humor y la verdad. 

Me da vergüenza ajena la gente que cobra por enseñarte a crecer en Instagram cuando tienen 700 seguidores. 

Me ponen enferma los que mandan newsletters de venta escritas por la IA con el mismo promt que usa la vecina. Y la vecina de la vecina. 

Me cabreo cuando veo que la peña intenta copiar al copywriter de moda y me da repelús quien construye un personaje que no existe para ganar autoridad. 

Me inspiro cuando alguien lanza algún producto o servicio que yo jamás habría podido llegar a imaginar. 

Me deprimo cuando veo que algunos compañeros han dejado de ser creadores de contenido para ser copiadoras de contenido. No hace falta.

Desde los diecisiete años buscó la libertad. 

Ahora, se me sale por las orejas y mi mayor reto cada día es aprender a gestionarla. Esto es lo más difícil del emprendimiento. 

 El reverso de la libertad: la responsabilidad. 

Hablo poco de emprendimiento, 

aunque sea mi forma de vivir.

Pero los 38 me han dado cañas, quitado el miedo y la poca vergüenza que me quedaba.

Y como, de las 4000 semanas de VIDA que tenemos me quedan poco más de 2000, me apetece meterme en este jardín. 

En directo. Toda mi experiencia. 

A PELO. 

Sin filtro.